CAPSULAS IGNACIANAS 23


El olfato es, aparentemente, el olvidado de nuestros cinco sentidos. Prestamos más atención a lo que nos entra por los ojos o a los sonidos que nos rodean que a los olores que envuelven nuestro día a día. Pero despreciar el olfato es no saber apreciar el modo de actuar de Dios.


El olor representa lo sutil, lo que no se nota pero está presente, lo que pasa desapercibido pero deja huella. Una flor recién cortada inunda de fragancia toda una habitación incluso horas después de haber retirado la flor. El buen olor es capaz de cambiar nuestro estado de ánimo, de evocar recuerdos, de tocar nuestro corazón. El buen olor deja un rastro, deja una huella en nuestra vida.

Dios actúa de manera semejante, sin que se note, actuando en lo pequeño y escondido, lo que pasa desapercibido. El paso de Dios por nuestra vida deja un rastro importante aunque a veces no caigamos en la cuenta, aunque a veces no sepamos reconocerle. Su presencia en nuestra vida nos inunda de una fragancia que nos va cambiando por dentro: sonreímos más, perdonamos más, escuchamos más, amamos más,... y ese buen olor no pasa desapercibido a los que nos rodean.

Quizás hoy sea un buen día para pararse a pensar y preguntarse ¿a qué huele mi vida? ¿a qué huele el paso de Dios por mi vida?