CAPSULAS IGNACIANAS 33


Un trabajo repetitivo, un estudio que pronto olvidaré, una relación con otra persona que se ha estancado...el horizonte que antes tiraba de mí, permanece ahora invisible y más lejano.

Puede haber etapas en la vida en que nos parece que lo que hacemos, lo que vivimos es improductivo. En apariencia no está sirviendo para nada. Incluso parte de nuestra personalidad reconocemos que es infecunda. Nos gustaría arrancarla, que desapareciera.


Aceptar que no puedo, que tropiezo casi siempre en los mismos obstáculos, que me cuesta pasar tiempo con esta persona o que, simplemente, no tengo paciencia para más, se convierte en algo que no deseamos. Basta ya de tantas pequeñas oscuridades.

Y ahí está Dios, a la vuelta de la esquina, unas veces latente, otras más visible, para que nuestro caminar sea transparente, porque no depende de nosotros en última instancia. Porque la invitación es ofrecer esa tierra estéril para que Jesucristo la transforme. Fiarse y, quizás algún día, reconocer a través de los demás que el fruto sólo es cosa de Dios.

Como decía San Ignacio: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios»